Durante una siesta de cinco minutos soñé que corría hacia una casa
llena cuartos y escaleras sin sentido, que brincaba de una a otra sin
importarme la gravedad; sabía dentro de mi sueño que estaba soñando y sentía
cada movimiento, cada impulso sensorial a través de todo mi cuerpo.
De pronto empezó a
tornase borroso, estaba por despertar y me esforcé por permanecer
dormida pero finalmente sucumbí a la realidad.
Aún recuerdo las
puertas de madera vieja y despintada que permanecían abiertas y
a través de las cuales se asomaban cientos de escalones con losas
azules y las pequeñas habitaciones que simulaban recamaras abandonadas con camas
sin arreglar.
Todavía siento la adrenalina de mi ser saltando de un nivel a otro
sabiendo que nada me dañaría, pero sin conocimiento de hacia donde me dirigía.
Tengo en mi mente la imagen de una puerta grande y pesada al ras
de una calle con adoquines a través de la cual, con una maleta llena de no sé que,
entre a ese mundo de sensaciones de donde me hubiera gustado no salir y donde
espero alguna noche volver a regresar.
Tuve un sueño de cinco minutos.
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