sábado, marzo 22, 2008

Un hombro al descubierto, una luna enorme tras los cerros, un café negro bien caliente, una cama desarreglada, un gato enfermo, una película en pausa, un plato roto, un álbum vació, una mirada perdida.

Este no ha sido un buen fin de semana, lo único que pedía era un poco de descanso y despreocupación, no se si fui yo quien complico las cosas o simplemente pasó; tal vez fue un poco de ambas.

De pronto la noche que parecía ser perfecta se convirtió en tragedia y ahí comenzó todo. Un fin de semana lleno de peleas, confesiones y algunas lagrimas; me sentí traicionada sin razón pero con motivo, me sentí culpable e irresponsable. Supe lo que era tener una vida en las manos literalmente y ahora todavía la oigo llorar y no me deja dormir.

Sentí la indiferencia, el olvido, la traición y, aunque pensé que ya lo había superado, no fue así.

Me hubiera gustado irme y alejarme de todo, incomunicarme, encerrarme, perderme un rato, recostarme sobre el techo de mi casa a ver como llegaba el anochecer como cuando era niña pero me di cuenta de que a estas alturas ya no es posible. Ya no me puedo esconder, no puedo huir de lo que siento ni de lo que me hace daño, se que tengo que enfrentarlo pero aún no se como hacerlo.